sábado, 9 de septiembre de 2017

61. Catuxo

Poco antes de que India recibiera un inesperado correo desde Europa, Susi, tendida sobre la cama, recordaba con gran precisión cómo era Catuxo.
Nació en una familia pobre y no olió un coño hasta los cincuenta y siete.
Antes de que surtieran sus primeras perlitas blancas disparadas como proyectiles hacia el cielo, ya se mataba a pajas, algunas veces hasta tres veces al día, dependiendo de las imágenes que le anduvieran rondando por la cabeza, normalmente representaciones imaginarias de las braguitas de las niñas que iban a la escuela, de su misma edad.
Aunque nunca llegó a follarse a una mujer hasta la susodicha edad, Catuxo se vacunó muy bien contra el adenoma de próstata, tumor benigno que suele terminar en cáncer si no se ataja a tiempo.
La ropa tendida lo volvía loco.
Según fueran las bragas así se imaginaba cómo eran los chochos que residían en ellas.
Cuando las veía, tenía que buscar rápido un lugar para esconderse y meneársela a gusto. Normalmente sentado, porque el temblor de las piernas era muy fuerte cuando le comenzaba a fluir la leche.
Catuxo tuvo una etapa que las robaba.
Se fregaba a ellas con la polla o se las ponía.
Pero las prefería usadas, antes de que las lavaran en el río.
Esa maniobra era muy peligrosa y arriesgada, por eso le gustaba más hurtárselas a las mujeres que robarlas de los alambres.
La maniobra la tenía que llevar a cabo en un descuido.
Las mujeres solían traer en las baldetas la sábanas de las camas por encima, ocultando las prendas interiores que venían en el fondo.
Muchas, casi todas, ya venían sin bragas para lavarlas, o incluso se las quitaban en el río con poco disimulo.
Catuxo lo sabía, y como nadie desconfiaba de él por faltarle un hervor, las espiaba escondiéndose en medio de la retama.
Catuxo era el tonto del pueblo.
No había ninguno más.
Gastaba una polla hermosa que nunca una moza llegó a disfrutar en el lugar donde nació.
En el río se ponía rabioso de verdad.
El viento levantaba a veces las faldas de las lavanderas y se les veía todo por detrás.
Chochos peludos y hermosos que algunas incluso lavaban escarranchadas en el río con jabón Lagarto.
A los cincuenta y siete, casi ya de viejo, se enteró la vecindad femenina de que gastaba una herramienta prodigiosa en el suburbio de la ciudad al que se trasladó a vivir.
Aprovechándose de su incapacidad mental, lo acosaban en cualquier lugar.
Normalmente se lo follaban en la chabola de madera y chapa donde dormía.
Muchas veces al día, porque Catuxo la tenía siempre dura.
Todo el mundo sabía lo que ocurría dentro, pero se hacía la vista gorda hasta que de vez en cuando se formaba una buena trifulca.
Después volvían las aguas a su cauce.
Entraban de todas las edades al garito.
Jóvenes y maduras.
Algún hombre y alguna vieja caliente.
Todo el mundo lo sabía y ninguna autoridad tomaba cartas en el asunto.
La más guarra era Matilde. Cochina y gorda de verdad, pero con buenos adentros.
Siempre venía ya sin bragas.
Al entrar en la cabaña, a Catuxo, nada más verla, se le revolvían los ojos porque sabía que al principio Matilde le hacía una buena mamada.
-Catuxo, meu. Eiquí estón para lavarche a caralla -le decía.
Mientras lo masturbaba con energía y delicadeza al mismo tiempo, ella también  usaba un pepino con gran habilidad.
-¡Meu neno, qué gaita máis boa tes! -comentaba a veces al tiempo que cogía aire de nuevo.
Después de tragar la leche del primer ordeño, se ponía a tono y ya se colocaba sobre él.
El pobre Catuxo acabó en un siquiátrico del estado una vez que ya nadie lo alimentaba porque no se le levantaba.
Así es la gente de interesada.
Susi y sus amigas se subían a lo alto del muro para ver a los internados y reírse de ellos.
Catuxo siempre estaba sentado con la vista perdida.
A veces con los pantalones bajados, pero con la cigala flácida. Cuando murió, lo metieron primero en una caja de pino rojo y después directamente bajo la tierra en el camposanto. Sin lápida ni nombre escrito en soporte alguno.
Solo vino una persona al velatorio y al entierro.
Matilde, la más guarra, la que le hacía las mamadas primero porque sabía que le gustaban.
Todas las demás personas solo venían a la cabaña a aprovecharse de él, sin más.
Ella, por lo menos, tenía una pizca de bondad en el corazón... y algo de memoria.

domingo, 14 de mayo de 2017

60. Las ballenas nunca tienen prisa

El ambiente en Santa Ana era parecido al del resto del país. Todos los días habían manifestaciones de rechazo a la dictadura, que eran reprimidas fuertemente por las fuerzas policiales, militares y paramilitares del gobierno. Los muertos, heridos y detenidos se contaban por cientos. La mayoría eran jóvenes que habían nacido bajo el oprobio, y ahora se rebelaban contra la dura situación económica, social y política que los adultos habían permitido que se estableciera en el país. Luchaban sin armas, valientemente y con la certeza de que su acción no sería en vano y lograrían derrotar al tirano. Una lucha desigual, sin duda, pero que contaba con millones de personas en decidido afán por retomar el rumbo de la democracia. 
Estos jóvenes tenían el referente histórico de los valores y principios que impulsaron las luchas de independencia de su país, de la valentía de aquellos héroes de la patria que liberaron cinco naciones.
Sin embargo, sacar al dictador a través de la lucha no violenta era un gran desafío, pero no tan inalcanzable como la reconstrucción de la institucionalidad invadida por una cultura de corrupción exhacerbada, sin ética ni moral, una ruptura del tejido social producto del odio y la división sembrados entre la población, incluso dentro de las familias, sin contar la destrucción del incipiente aparato productivo. Eso demandaría años de trabajo arduo.
India tampoco podía dormir. Dentro de solo tres horas se tenían que levantar para tomar el vuelo que las llevaría a Coibaba, la capital de Mato Grosso donde esperaban dar con las huellas que había dejado Almir tras de sí.
Con algo de suerte, esta vez quizás podrían salir del país al no hacerlo vía Caracas, una de las ciudades más inseguras del mundo, donde solo los más ricos pueden pagar un servicio de seguridad que los mantenga vivos y, a veces, ni eso.
El resto debe jugar todos los días a la ruleta rusa cuando sale de casa para poder comprar el pan o pasear el perrito.
De las dos mujeres, Susi era la más asustada. Había vivido la represión franquista mientras estudiaba en un colegio de la Sección Femenina de la Falange Española, pero nunca había pasado por una situación tan complicada como la venezolana.
España, en aquellos años, se encaminaba hacia la democracia y la restauración monárquica de una manera más o menos amañada, pero el país caribeño lo hacía al revés, retrocedía para equipararse con todas aquellas repúblicas y dictaduras "populares" del más variopinto pelaje.
En Venezuela la situación era muy delicada porque podía radicalizarse y estallar una guerra civil debido al  hambre de la población mezclada con el acomodamiento de los grupos financiados por el régimen para protegerlo.
Susi no podía dormir. Se lo impedía el resplandor de las hogueras y las explosiones producidas por el lanzamiento de los gases lacrimógenos, ya que la revuelta callejera continuó hasta bien avanzada la noche, incluso con mucha más virulencia e intensidad.
La mujer se levantó de la cama, pasó las cortinas y fue al servicio a por unos tapones para los oídos. Ya de regreso a la habitación, cogió la tableta para escribir un relato breve:

"Ayer varias rosas de color negro cortaron con una hoz las velas y las hierbas de trapo.
Sangraba la tierra a borbotones y caían rayos.
Después vinieron los ángeles y se llevaron los restos.
Era el viento el que había muerto.
Al cortejo fúnebre vino un ejército de margaritas gigantes, amapolas y toda clase de hierbas y pequeñas flores.
Callaron las cigarras y los grillos. Las arañas pararon de tejer sus telas en las ramas de la retama blanca y también en la amarilla.
La libertad no salió a pasear por miedo a no saber regresar al bosque... y quedó encerrada en aquella jaula con gruesos barrotes de madera.
Ya nunca más hubo oleaje en los campos, ni sinfonías en los inviernos interpretadas por  las tejas.
Y las nubes quedaron quietas, atadas para siempre con invisibles cadenas y pesados grilletes".

Susi aún no había superado la muerte de su padre producida un año antes de salir de España en busca del tesoro de Isidoro. A ello se había sumado la separación de su segundo marido. Tras ese acontecimiento, decidió vender todos sus bienes para no estar atada a las obligaciones que emanan de las propiedades.
Se deshizo del coche y decidió no volver a tener perro. Donó todos sus libros y parte del material de alpinismo, solo el que no usaría a corto plazo.
Los disturbios, lejos de ir bajando de intensidad, se recrudecieron, así que Susi continuó escribiendo porque sabía que no volvería a retomar el sueño.
Y escribió de nuevo un cuento corto y concentrado, muy intenso desde el primero al último sorbo, sin amargura ni poso.

"-Hijo, córtame las venas, por favor.
-No puedo, papá, de verdad que no puedo.
-Entonces, afílalo bien y tráeme el cuchillo.
-Tampoco puedo, papá.
-Eres injusto conmigo, hijo.
-¿Por qué, papá? ¿Por qué?
-Te he entregado casi toda mi sangre...
-Sí, papá, me la has entregado sin pedirme nada a cambio.
-Y, ahora, hijo, no eres capaz...
-¿De qué no soy capaz, papá?
-No eres capaz de dejar correr libremente la que me queda, hijo mío.
-No soy capaz, papá, de verdad que no soy capaz; aunque lo haría, si pudiera, para que la sangre se lleve pegado a ella el sinsentido de tu vida."

Susi nunca le había dicho a India que su propósito al venir de España no era encontrar el tesoro, ni siquiera buscar algo.
La verdadera intención de la mujer consistía en vivir y vagar sin prisa, sin rumbo fijo, atraída únicamente por lo que fuera apareciendo cada día ante su vista. Y lo mismo quería hacer India para sanar y recuperar parte del tiempo perdido. Así se comportan los grandes cetáceos en el inmenso océano, por lo menos eso es lo que dan a entender al ser observados por los humanos.
Si las ballenas nunca tienen prisa, ¿porqué ellas debían comportarse de otra manera?

viernes, 12 de mayo de 2017

59. "La parrilla vertical"

Almir nunca supo, después de abandonar el hospital, que la policía no lo buscaba porque, en realidad, nadie llegó a denunciarlo tras los acontecimientos acaecidos la noche que lo asaltaron para robarle las pepitas de oro. Pero ello daba igual. Lo tenía ya todo preparado para iniciar su largo periplo a EEUU, donde se estaban endureciendo las medidas anti inmigración y se construía a toda prisa el muro más largo conocido que separa a dos territorios, exceptuando la Muralla China.
Se trataba de una valla metálica relativamente simple y de no mucha altura al más puro estilo nazi de los campos de concentración. Un "muro" electrificado bautizado popularmente como "La parrilla vertical" que solo se podía franquear mediante escaleras de todo tipo, eso sí, protegidas con material aislante en la zona de contacto con la valla.
Miles de diminutos y eficientes drones controlaban ya parte de la frontera con un presupuesto muy modesto. Estos vigilantes autónomos salían todos los días organizados en turnos a las órdenes de un programa informático que los mantenía siempre con sus baterías cargadas mediante energía solar en sus bases logísticas. Detectado un movimiento ilegal por parte de los "vigilantes", se activaba el despegue de los drones "bombarderos", cargados con no más de cinco litros de agua cada uno. Cuando la soltaban sobre el inmigrante en el preciso instante en que intentaba saltar con la ayuda de las escaleras metálicas, este caía achicharrado en el suelo tras recibir la potente descarga, o incluso se quedaba agarrado y pegado a la valla mientras agonizaba espasmódicamente y hacía horribles muecas.
La "parrilla" había sido denunciada muchas veces en los foros internacionales, pero nada de ello surtió efecto en la opinión pública canadiense y estadounidense. Ambas naciones estaban reduciendo el paro a porcentajes insignificantes, aunque también se levantaron las primeras voces empresariales contra el aumento de los sueldos y la caída de la competitividad.
"La parrilla vertical" y el uso de drones para su vigilancia se había adelantado varios años a su tiempo. La economía y el éxito de este tipo de control en la frontera de EEUU con México marcó un antes y un después en el uso y las aplicaciones de las pequeñas aeronaves no pilotadas.
En cuanto a las técnicas de asalto a la valla por parte de los inmigrantes, también hubo pequeños progresos técnicos y ante todo un gran negocio. Solían usar dos escaleras, una para subir y la otra para descender en territorio estadounidense. Pero algunos solo empleaban la primera, desde la que se tiraban al otro lado fracturándose las piernas, las costillas o los brazos. Y nunca escarmentaba nadie al ver cómo los buitres se comían la carne asada o se moría la gente deshidratada intentando arrastrarse en la arena con la columna partida. 
Igual que en las laderas del Everest u otras montañas de gran altura, a lo largo de la valla electrificada los cadáveres no intimidaban a quienes intentaban alcanzar el objetivo deseado, como si la cosa no fuera con ellos por ser especiales, diferentes o de otro mundo. En el Everest no se retiran los cadáveres a menos que el poder económico o la fama del muerto sean muy grandes. En esos lugares no se evacuan los cadáveres ni se recoge la basura abandonada en el Collado Sur, el estercolero más alto del mundo exceptuando la órbita terrestre.
En la "parrilla vertical", algunos cuerpos quedan agarrados a la valla y con el paso de los días y el efecto del calor, se pudren y se derrite su grasa, eso los que no estallan con la inflamación. En el Everest, en cambio, no ocurre eso. En la gran montaña quedan expuestos casi para toda la eternidad, y sus blanquecinas carnes llegan a durar más, incluso,  que los resistentes tejidos modernos.
El negocio con las escaleras, los guantes, las botas aislantes y los monos de goma cotiza al alza en los chiringuitos montados cerca de la valla. Por los buzos se llega a pagar 500 dólares, 100 por el juego de botas y manoplas, 50 por los ungüentos mágicos o las cremas aislantes milagrosas.
Con todo este material protector suben confiados los inmigrantes por la escalera y les hacen un corte de manga a las cámaras de los drones. Después llega el "electrocutador" y le hacen otro antes de que suelte el pequeño chaparrón al ignorante.
La gente tiene mucho valor. Algunos se desnudan, se embadurnan con cualquier cosa y ponen sus manos en los alambres de la valla para comenzar a encaramarse por ella arriba. Los que tienen suerte reciben una fuerte descarga que los envía ya muertos a veinte metros, pero la mayoría nada puede hacer para despegarse de las ardientes garras del diablo.

lunes, 24 de abril de 2017

58. Leo se escapa de casa

Casi todas las tardes India sacaba a su perrito Leo a dar largos paseos por las calles aledañas a la casa, e incluso lo llevaba por los senderos del parque cercano a orillas del río de Santa Ana. Ya Leo conocía la zona y se alegraba mucho cuando se acercaban las cinco de la tarde. También sabía que los sábados y domingos no habría paseo, pues esos días la calle estaba desolada y a India le daba miedo que la atracaran los delincuentes que recorrían la ciudad en motocicleta buscando transeúntes solos y desprevenidos. 

Otra cosa eran los peligros de las manadas de perros callejeros que deambulaban buscando comida entre las bolsas de basura que rompían. Muchos de ellos habían sido abandonados por sus dueños a su suerte, ante la falta de alimentos y la carestía del pienso para animales. 

Leo no los toleraba. Por eso les ladraba cada vez que pasaban frente a la casa; y cuando se los cruzaba en sus paseos quería pelear con ellos. India tenía que sujetarlo muy fuerte por la correa para evitar que los mordiera. Sin embargo, se condolía de "los amarillos". Era una pareja de canes mestizos de color ocre  que vivían en la calle y que la vecina acostumbraba alimentar todos los días. Se apostaban una vez al día frente a la casa y tal vez por eso se hicieron amigos de Leo. 

Cuando India y Susi regresaron después de fracasar en su intento de viajar a Brasil, Leo no estaba en casa. Lo buscaron inútilmente por los alrededores. India llamó a su vecina a quien le había encargado darle de comer y sacarlo de paseo. Ella le dijo que el día anterior le dió de comer y lo dejó sano y salvo en la casa. Llegaron a la conclusión de que había saltado y se había escapado, tal vez en busca de India, pues era la primera vez que se separaban. 

Efectivamente Leo había encontrado la manera de escapar durante la noche. Al salir se encontró con los amarillos y se fue con ellos a recorrer las calles de Santa Ana. Lo tomó como una aventura, aunque lo esperaban días de miedo, sufrimiento y hambre. 

Lo primero que tuvo que enfrentar fue  una tormenta con rayos y truenos, los que lo ponían muy nervioso hasta hacerlo temblar. Los amarillos en cambio ya estaban acostumbrados y echaron a andar apurados hacia una casa deshabitada que les servía de refugio. Leo siguió tras ellos y se acurrucó a un lado a esperar que amainara el mal tiempo. No pudo dormir casi nada, mientras los amarillos roncaban a sus anchas. 

Al amanecer abrió los ojos cuando escuchó a sus compañeros levantarse y salir. Estaba cansado y triste, extrañaba a India y a su mullida cama, pero salió detrás de ellos. No quería quedarse solo. 

Los tres perros cruzaron la calle cuando el semáforo impidió el avance de los carros, y se apostaron frente a la carnicería a esperar su ración de pellejos y sobras que les daba el amable carnicero. El amarillo macho era el líder de la manada, y así se lo hizo saber a Leo cuando se le avalanzó mordiéndole el cuello para que soltara el trozo de alimento. Leo auyó de dolor, y enseguida soltó lo que tenía en el hocico y se apartó para que el otro comiera. Solamente después de que la hembra hubo comido, Leo pudo tomar los últimos pedazos de comida. 

Nunca se imaginó que tendría que mendigar alimento, cuando en su casa su dueña lo alimentaba cada vez que le reclamaba con sus ladridos. Volvió a sentirse triste y perdido. Deseó no haber salido de casa. 

Luego de comer apenas unos bocados, Leo siguió a la manada siempre en último lugar, para no ser atacado de nuevo por su líder. Tenía sueño, estaba muy cansado y olía mal. Se veía sucio y ya las pulgas habían invadido su pelaje. Si no fuera por la correa con su placa donde se podía leer su nombre y el número de teléfono de India, cualquiera pensaría que era otro perro callejero más.

Iba ensimismado en sus pensamientos cuando de repente, al cruzar la calzada, un carro a toda velocidad le pasó por encima. Sintió un golpe en su cadera derecha y rodó por debajo. Quedó en shock, tirado en medio de la calle sin poder moverse. Un señor que había visto el accidente se apresuró a levantarlo y llevarlo hasta la acera para evitar que otros vehículos lo atropellaran. Jadeaba y lloraba. Tenía el labio superior sangrante. Su pata derecha se había salido del lugar. El hombre lo cargó en sus brazos y lo llevó hasta su casa. Con el movimiento la pata volvió a calzar en la articulación, pero Leo chilló del dolor. Al menos estaba vivo y solo había sufrido un golpe.

Mientras tanto India y Susi seguían en búsqueda del perrito. India diseñó un cartel con su foto, ofreciendo recompensa. Sacaron varias copias y salieron a pegarlas por todo el pueblo. A los dos días comenzaron a recibir llamadas de personas que reclamaban el dinero a cambio de informar dónde estaba Leo, pero cuando India y Susi iban al sitio, no lo encontraban. Así pasó una semana hasta que un hombre llamó diciendo que él había dado con el perro y que lo tenía en su casa. 

India volvió a tener esperanzas de encontrar a su fiel compañero. Las dos mujeres fueron hasta la vivienda que les señaló el hombre y hablaron con él. Les contó lo del accidente y les dijo que Leo estaba encerrado en el patio. Entraron esperando ver al perrito, pero ya no estaba. Se había escapado de nuevo. 

Leo había escarbado por debajo de la alambrada hasta hacer un hoyo por donde salir. Ya afuera comenzó a caminar intentando ubicarse. 

-No conozco esta calle, nunca antes había estado por aquí -pensaba para sus adentros-. Debo ir hacia la parte alta de la ciudad donde está mi casa. 

Caminó y caminó hasta que de pronto avistó a sus amigos amarillos. Corrió hasta ellos y los saludó muy contento, dando saltos y lamiéndoles la cara. Ya estaba anocheciendo y el líder los guió hasta el frente de la casa de la vecina de India para esperar su ración de comida. Leo no lo podía creer. Había llegado a su casa. Comenzó a ladrar desesperado, cada vez más fuerte, mientras daba saltos para poder mirar hacia adentro. 

-India, estoy escuchando un perro ladrando afuera. ¿No lo escuchas?

India corrió hacia afuera, abrió la puerta, y allí estaba Leo, brincando y ladrando en la acera. 

domingo, 23 de abril de 2017

57. Atrapadas

India y Susi ya tenían los boletos aéreos a Brasil para intentar localizar a Almir. Primero volarían a São Paulo y de allí a Cuiabá del Mato Grosso. Pero el mayor problema estaba en salir de la ciudad y poder entrar en Caracas. Desde Santa Ana a la capital se habían creado varios núcleos rebeldes dentro de los pueblos y ciudades, lugares donde las fuerzas del gobierno no se atrevían a actuar.

Estaban entrando algunas armas por Brasil, Colombia, Guyana y, principalmente, por el paso marítimo de Cuba del Sur, de vital importancia geoestratégica para todo el continente americano.

Panamá, Cuba del Sur, Gibraltar, Suéz y el Bósforo eran los estrechos más importantes del mundo, y Rusia quería asegurarse a toda costa su influencia en todos ellos. EEUU jamás se lo permitiría en Panamá y Gibraltar, por eso Venezuela era el lugar ideal para ello. Poner en riesgo la seguridad en ese lugar implicaría un rodeo hacia el norte y un encarecimiento en el transporte marítimo mundial. China también estaba intentando arraigar en el país caribeño para obtener petróleo barato, pero EEUU no toleraría ningún movimiento extraño en su continente. Había tenido suficiente con el conflicto en Cuba del Sur, aunque fuera programado por las dos potencias únicamente para estudiar las reacciones del resto de las naciones. Mientras tanto, la situación de la población comenzaba a ser insostenible y la comunidad internacional miraba para otro lado para poder así centrarse en los ataques islamistas domésticos.

India y Susi iban en un taxi que habían contratado para que las llevara al aeropuerto de Maiquetía, a unos veinte kilómetros de Caracas. Tomaron la previsión de salir un día antes del vuelo por si se les presentaba algún retraso en el camino. Dormirían en un pequeño hotel cercano al aeropuerto. Luego de salir de Santa Ana, rodaron un hora por la autopista hasta que el taxi tuvo que deternerse en la primera cola. La vía había sido cerrada por los manifestantes con una barricada de cauchos encendidos, basura, troncos y toda clase de objetos. La Guardia Nacional intentaba dispersarlos con balas de goma, bombas de gases lacrimógenos y chorros potentes de agua a presión, sin dar resultado. La gente enfurecida devolvía los cartuchos de gases, y lanzaban piedras y cócteles molotov, mientras gritaban consignas: "Que no, que no, que no me da la gana una dictadura como la cubana", "Maduro, dictador", "Tenemos hambre, queremos votar", "Fuera Maduro, CNE y TSJ". 

Las protestas habían aumentado desde que se hizo evidente la ruptura del hilo constitucional tras una decisión del Tribunal Supremo de Justicia que suprimía las funciones del Parlamento de mayoría opositora elegido por el pueblo dos años antes, y que el Tribunal se las había autoasignado ilegalmente. 

El país estaba al borde de la quiebra por no tener capacidad para hacer frente a los pagos de la deuda con sus acreedores internacionales, lo que solo podían hacer a través de más préstamos que necesitaban el aval de los parlamentarios opositores, quienes se negaban a endeudar más al país sin resolver la ingente corrupción y el desfalco de las reservas monetarias de la nación. 

A todo esto se sumaba la baja de los ingresos petroleros por la caída de los precios, y la disminución a niveles alarmantes en la producción de alimentos y demás bienes básicos de consumo, así como de las importaciones. 

Desde hacía muchos años la economía se basaba en la monoproducción petrolera y esa dependencia hacía muy vulnerable al país, sin que se hubiera hecho nada por invertir en aumentar la producción tanto de petróleo como de otros recursos, en un país con diversos y abundantes recursos naturales, materia prima y potencial para el desarrollo agropecuario, industrial y comercial gracias a su estratégica ubicación geográfica. 

Aunque al presidente electo le quedaba poco menos de dos años de mandato; un año antes, en componenda con el Poder Electoral de mayoría oficialista, y de la decisión amañada de un tribunal, se había suspendido ilegalmente el proceso de referendo revocatorio presidencial establecido en la ley. 

Además, existían otros hechos graves como la negativa del presidente de consignar su comprobante de nacimiento bajo la clara sospecha de que habría nacido en territorio del vecino país colombiano, la declaratoria de abandono del cargo presidencial por parte del Parlamento, la violación sistemática de los derechos humanos por parte de los órganos de seguridad del Estado, entre otras acciones y omisiones que atentaban contra la ley. 

Los manifestantes reclamaban la ruptura del hilo constitucional y la falta de separación de poderes evidenciada, y ejercían presión para que se cumpliera su exigencia legítima a convocar elecciones generales, respeto de las decisiones del Parlamento, liberación de presos políticos, así como la depuración del Tribunal Supremo de Justicia y del organismo electoral antes de las elecciones. 

Sin embargo, el país necesitaría más que eso para salir de la debacle económica, social y politica en que se encontraba inmersa. 

Habían transcurrido casi diecinueve años desde que se había instaurado una política populista disfrazada de socialismo que había impregnado a los estratos más pobres de la población en una cultura de pillaje, mediocridad y corrupción a todo nivel. Haría falta mucha educación y redireccionamiento de la política con mano firme para la reconstrucción de los valores democráticos en la sociedad venezolana, lo que demandaría años de esfuerzo sostenido y voluntad de la sociedad para impulsar los cambios de paradigma.

Una vez transcurridas largas horas detenidas en la autopista a bordo del taxi, India y Susi se vieron obligadas a dar la vuelta a Santa Ana. Era inútil intentar llegar al aeropuerto. El paso estaba cerrado.

sábado, 22 de abril de 2017

56. Susi no resiste la tentación

India cerró la libreta y se fue a la cama tras apagar la lámpara del salón. Hacía mucho calor y Leo intentó colarse en la habitación para disfrutar también del aire acondicionado, pero la mujer no se lo permitió porque no quería que la molestara cada vez que ladraba o se subía a la cama de un salto. 
La economía de India era muy precaria. El alquiler de sus dos viviendas escasamente llegaba para comer, y la pensión que le correspondía parece que iba para largo en un país que se hundía, por eso no tenía el aire acondicionado en toda la casa.
Al entrar en la habitación donde dormía, todo cambió con los veinte grados.
Leo gruñía y arañaba en la puerta para que lo dejaran entrar. Sabía que si no paraba de molestar, era muy probable que India acabaría cediendo y finalmente le dejaría disfrutar de aquella temperatura tan refrescante. Pero India resistió más que su perrito abandonado, y Leo regresó a su lugar preferido, justo detrás de la puerta que conduce al pasillo y la entrada de la casa. Desde ahí reconoce mejor todos los ruidos de la calle y disfruta un poquito de su peculiar aire acondicionado: la corriente que entra por debajo de la puerta mientras está estirado sobre la baldosa.
En la otra habitación que también da al salón, Susi no lograba quedarse dormida. Había tenido un sueño muy placentero, interrumpido con los ladridos de Leo, una historia bella  y excitante al mismo tiempo:

"Una mujer desnuda abre la puerta de una habitación que está totalmente oscura. Dentro huele a una mezcla de rosas y manzanilla silvestre. Afuera de la estancia era invierno, y dentro, de repente, todo primavera. Cantan los grillos y las cigarras. 
Al caminar, la mujer nota bajo sus pies los brotes tiernos de la hierba que ha comenzado a crecer gracias al calor y las lluvias recientes. Se cierra la puerta, dejan de entrar los copos de nieve y comienzan a cantar los pájaros mientras sigue todo a oscuras. Al fondo suena el murmullo de un riachuelo provocado por las aguas que revolotean sobre las piedras de su lecho.
La mujer se arrodilla para beber, y al pegar sus labios a la superficie del pequeño y tranquilo remanso, se da cuenta de que aquello no es agua, sino los labios de otra sedienta mujer buscando la rica miel de su saliva."

Susi, pensando que esa mujer era India, o deseando que lo fuera, se levanta de la cama, sale del cuarto, cruza el salón, entra en su habitación y cierra despacio la puerta.
Leo levanta la cabeza y vuelve a posarla sobre la baldosa para que le dé en el hocico el frescor provocado por la corriente.
-Es Susi, la amiga de mi dueña, no hay nada a qué temer -piensa el perro adoptado.
India duerme profundamente después de haberse tomado un somnífero y sueña.

"Una mujer desnuda abre la puerta de una habitación que está totalmente oscura. Dentro huele a una mezcla de humo de chimenea, madera y café recién hecho. Afuera de la estancia era verano intenso, y dentro, de repente, otoño ventoso y frío visto desde el interior de una caliente y acogedora casa.
Al caminar, la mujer nota que pisa sobre un cálido piso de tabla y, varios pasos más adelante, sobre una alfombra de lana.
Al fondo suenan los chasquidos de un fuego ardiendo en el interior de una chimenea de piedra.
La mujer se arrodilla para calentarse, y al acercar sus frías manos, se da cuenta de que aquello no es fuego, sino la piel ardiente de otra mujer esperando ser acariciada".

Mientras India soñaba, Susi la acariciaba y al ver que no se despertaba, decidió levantarse y volver a su habitación.
A la mañana siguiente, India le contó a Susi el sueño que había tenido mientras tomaban café y después le dijo:
-Pon una de tus manos sobre la mejilla que quieras.
Susi pegó la palma derecha sobre su mejilla izquierda.
-Tu mano es igual que el calor del fuego a finales de otoño.

lunes, 17 de abril de 2017

55. Ambiente de preguerra

Cuando estaban entrando en Santa Ana, las dos mujeres presenciaron horrorizadas los disturbios y las barricadas que se habían levantado en algunas calles. Varios carros ardían y la gente saqueaba las tiendas y supermercados. Las fuerzas policiales, militares y paramilitares disparaban botes de humo, pelotas de goma y agua a presión. De vez en cuando también se oía algún disparo.
Dos cuerpos yacían en el suelo y nadie podía socorrerlos porque se encontraban en medio de los dos bandos. Uno de ellos se movía y pedía ayuda levantando el brazo. El otro tenía la ropa empapada con su propia sangre, que ya había formado una pequeña charca.
Venezuela se encaminaba al abismo, como una frágil canoa que nada puede hacer contra el aumento de la corriente provocado por la grandiosa cascada que ya está cercana. El ruido del agua cayendo por el abismo es aterrador. Suena a dolor y muerte.
India y Susi habían estado tan concentradas en salir de Pastillana del Mar y regresar a la tranquilidad de Santa Ana que no habían revisado las noticias, y les tomó de sorpresa aquel escenario. La única manera de informarse era a través de Internet, pues los noticieros de los canales televisivos y radiales del país tenían prohibido difundir lo que no beneficiara al gobierno.
El taxista que las trasladó desde la estación del tren les contó de las protestas y disturbios, en tanto tomaba varios atajos. Se vieron en la necesidad de bajarse a dos cuadras antes de la casa porque no había paso. Corrieron entre los escombros, la muchedumbre y el humo de los gases lacrimógenos tapándose la nariz con sus franelas, con la cara ardiendo y los ojos llorosos, hasta que llegaron a la casa y se metieron en la ducha para intentar aliviar los efectos. Posteriormente conectaron con Internet y se enteraron en detalle de las manifestaciones de la gente ante la crisis política, social y económica del país que se había agudizado luego de la anulación de las funciones del Parlamento de mayoría opositora que desenmascaró  ante el mundo la falta de separación de poderes y el carácter dictatorial del gobierno. Esto ya se veía venir.
El saldo de la represión eran varios manifestantes muertos, numerosos heridos, locales comerciales y supermercados saqueados, algunas sedes gubernamentales incendiadas, y el recrudecimiento de la escasez de alimentos y medicinas.
India tenía algunas reservas en la alacena. Prepararon comida suficientente. Luego de cenar rápidamente llenaron unos recipientes con agua fresca y comida, y se lo llevaron a los muchachos que estaban protestando cerca.
Ya había oscurecido y de pronto cortaron la energía eléctrica. Solo se veían las llamas de las barricadas encendidas. India y Susi corrieron hasta la casa donde permanecieron en medio de la oscuridad. Estaban muy cansadas por el largo viaje y enseguida se quedaron dormidas con los celulares encendidos.
Paradójicamente, en medio de aquel caos, India despertó al cabo de un par de horas y presintió que algo bueno le iba a ocurrir a corto plazo, al cabo de unas horas o unos días.
Seguían sin luz y veía por la ventana el resplandor de las hogueras hechas con basura y carros. De vez en cuando se sentía alguna explosión y detonación, probablemente provocadas por los depósitos de combustible de los vehículos y las armas de fuego de los paramilitares, policías y militares.
En esas condiciones sería muy difícil organizar el viaje a Brasil en búsqueda de Almir, pero así lo habían decidido las dos mujeres debido a que India estaba mejorando mucho de su enfermedad.
Algunos de sus sueños se estaban cumpliendo. Había dejado el tabaco, estaba progresando positivamente su salud, y el libro que seguía escribiendo avanzaba a buen ritmo. India solía dedicarle un par de horas todos los días, y cuando no podía hacerlo, le daba vueltas al argumento con la cabeza, por eso Susi le reprochaba a veces que estaba en Babia y que no le prestaba atención.
Para redactar no usaba ningún artefacto electrónico moderno, porque decía que prefería emplear métodos sencillos de trabajo y evitar así las complicaciones, los gastos y las pérdidas de tiempo: una libreta y un lápiz, o un bolígrafo.
India escribía en ella y dibujaba. Susi tuvo a veces la tentación de revisarla sin pedirle permiso, aprovechando que dormía o que realizaba alguna tarea. Sentía curiosidad porque vio de refilón algún boceto erótico, casi pornográfico, y esos dibujos le parecían más provocadores que el realismo de la fotografía o la imagen en movimiento.
India no podía dormir. Encendió una vela, buscó la libreta y el lapicero, y retomó la escritura en el punto en el que la había dejado cuando salieron de Santa Ana.
Se trataba de un cuento corto:
"Un hombre sentado en un sillón verde frente a la ventana en su habitación de la segunda planta lee una historia sobre una pareja de amantes. Ella casada, él soltero, joven y guapo, durante un encuentro furtivo en la cabaña anexa a la gran casona familiar. Repasan el plan para asesinar al esposo de la mujer. Ella saldrá de la casa antes de que su amante, escondido en la cabaña anexa a la casa, entre por la puerta principal que estará abierta, subirá las escaleras, abrirá la segunda puerta de la habitación donde se encuentra la víctima que asesinará con el puñal. Y exactamente así ocurrió. El amante empuja la puerta que efectivamente está abierta, sube los escalones, abre la segunda puerta, y ve al hombre sentado en un sillón verde frente a la ventana..."

miércoles, 12 de abril de 2017

54. Les esperan disturbios en Santa Ana

Susi pagó la cuenta después del desayuno y las dos mujeres salieron de Casa Satanás.
El cielo estaba totalmente despejado y la marea baja. Mientras descendían por el empinado y ancho sendero hasta el aparcamiento de la playa, India le preguntó a Susi por qué razón no habrían asfaltado el camino hasta la entrada de la exótica posada. Susi le contestó que tampoco lo comprendía, ya que eso implicaba cribar a los clientes y tener que transportar en mula o en la espalda todas las viandas y repuestos necesarios en Casa Satanás, incluida la leña del asador.
-Se pierden algunos clientes, pero, mirándolo bien, también se ganan otros, porque este camino que asciende a la posada, visto desde Pastillana del Mar, es encantador; y cuando solamente se intuye en medio de la niebla al verse borroso o discontínuo, la posada se torna verdaderamente misteriosa y cautivadora, mucho más elevada sobre el istmo de lo que realmente está -contestó Susi.
-Tenemos que tomar un autobús que nos lleve a Santa Ana y organizar el viaje a Brasil. En caso contrario, nunca iniciaremos la búsqueda de Almir, y no digamos ya del loro y el tesoro. La verdad es que no sé porqué te has empeñado en encontrar al amor de mi vida antes de partir en búsqueda del pajarito ese. Tengo la sensación de que nunca llegaremos a ninguna parte, como también ocurría en El Castillo de Kafka -dijo India mientras iniciaban las dos mujeres el recorrido que enlaza la villa con la pequeña montaña.
Era temprano. Los primeros bañistas que llegaron comenzaron a tomar posiciones espetando las sombrillas en la arena y desplegando las tumbonas baratas de reluciente aluminio. Los niños, nada más llegar, se ponían a correr y chapotear en el agua al estar
liberados de esos tediosos e improductivos preparativos.
-¿Nos podemos quedar un ratito? -preguntó India cogiendo a Susi de la mano, frenándola e intentando retenerla.
-Ni siquiera tenemos bañador, mujer -respondió Susi.
-Da igual, nos descalzamos y paseamos al lado del agua. Venga, anímate -insistió India.
A Susi no le hacía ninguna gracia tener que quitar la arena de los pies una vez terminado el paseo, pero asintió a la petición de India. Esa era una de las cosas que más odiaba cuando no había duchas en la playa, tener que sacar los diminutos granos de arena de entre los dedos de los pies, con una toalla o las propias manos.
El mar estaba totalmente en calma, y las olas no rompían más de cuatro dedos. Como todos los domingos a esas horas, comenzaron a llegar carros y camionetas. Algunas, con seis o siete chavales y un par de altavoces en la parte trasera abierta, dispuestos a incordiar a la gente mayor con la música o la pelota. Tantos los chicos como las chicas tenían la piel bronceada y los cuerpos para comérselos. Susi se fijó en uno de ellos.
-¿Has visto el de la camiseta blanca?
-Lo he visto, pero no con los mismos ojos que tú. A mí me ha recordado a Almir, y me he entristecido.
Susi no continuó la conversación y se cayó.
Se estaba iniciando el concierto de murmullo playero, ese que tanto le gustaba a Susi para dormir sobre la arena o la tumbona.
Había veces que el ruido la gustaba más que el silencio. El rumor de la gente de los espacios públicos la relajaba y le inspiraba la misma tranquilidad y seguridad que una nana o el balanceo de una cuna.
Luego de caminar por la playa las dos mujeres llegaron al pueblo y tomaron un pequeño y desvencijado bus que las condujo hasta la ciudad donde abordaron un tren que las llevaría hasta Santa Ana.
India se sentó al lado de la ventanilla junto a Susi. Habían pocas personas. Unos dormían en sus asientos o íban con los ojos cerrados, mientras otros, los más jóvenes, miraban sus celulares con los audífonos puestos sin prestar atención a su alrededor.
El tren era antiguo y las butacas forradas en tela ya pedían un cambio, aunque eran cómodas. El aire acondicionado enfriaba bien a pesar del paso del tiempo. Un par de niños correteaban por el pasillo hasta que su madre los llevó hasta sus asientos.
Al fin India se sentía tranquila y segura. Ahora solo debía disfrutar del paisaje sin más tropiezos.
El tren comenzó la marcha muy despacio, salió de la vieja estación y comenzó a subir por la montaña entre la abundante vegetación en tanto se alejaba de la costa. Mientras cruzaban sobre el primero de muchos puentes se veía la hermosa bahía, el islote y el inmenso mar.
-Susi, siento un gran alivio por haber escapado ilesas de esa aventura. Susi? Susi? Te has quedado dormida? -dijo India sin obtener respuesta de su amiga que dormía profundamente en su asiento.
El ferrocarril se movía a poca velocidad mientras subía la cuesta. Pronto entraron en el primero de varios túneles que atravesarían durante el recorrido. Todo se oscureció. Antes de entrar, India había mirado hacia los asientos traseros y creyó ver al misterioso hombre que las siguió en la autopista, pero al volver a mirar luego de salir a la luz, el hombre ya no estaba. Sintió escalofríos, aunque pensó que tal vez estaba paranóica, por lo que se tranquilizó a sí misma. Era casi imposible que las estuvieran siguiendo de nuevo.
India se dispuso a mirar alegremente el imponente paisaje que atravezaban: cascadas, montañas inmensas llenas de ese verdor intenso que caracterizaba el trópico, ríos que serpenteaban entre los valles más abajo... Luego de cinco horas de camino y varias paradas, llegaron sanas y salvas a Santa Ana.

lunes, 3 de abril de 2017

53. Pasado, presente y futuro

India y Susi pasaron abrazadas toda la noche dando gritos, pero ninguna de las dos intentó abandonar la cama cada vez que los drones del Tarántula las atacaban.
La puerta de la habitación permanecería cerrada hasta las ocho de la mañana, y también cortado el suministro eléctrico.
Nada podían hacer para defenderse, y no tenía mucho sentido levantarse y tropezar con El Tarántula, así que no se movieron de la cama, ni siquiera cuando las dos manoarañas peludas comenzaron a pellizcarles los dedos de los pies, las nalgas, las tetas, y las orejas.
En la madrugada escucharon
 que el gabinete que había puesto India sobre la trampilla del suelo se movía. 
-¡India! ¡Están tratando de abrir la compuerta del suelo que lleva al sótano! ¡Aaaaay! ¡Auxilioooo! ¡Noooo! -gritó Susi.
Sin que las mujeres pudieran ver nada, un grueso tentáculo comenzó a empujar lentamente la trampilla hasta que consiguió desplazar totalmente el gabinete. Era un pulpo gigantesco, baboso, con ocho tentáculos enormes y una cabeza descomunal.
Al quedar abierta la portezuela, se formó corriente y las mujeres temblaron aun más, de frío y miedo.
El enorme animal se arrastró por el suelo hasta situarse sobre los pies de la cama, donde seguían abrazadas India y Susi
. En la habitación olía a una mezcla de pescado y sal procedente de la sima que conectaba con el mar.
Durante unos instantes se mantuvo el silencio, justo hasta eI momento en que uno de los tentáculos se introdujo por debajo de la sábana que cubría a las mujeres, y con sus húmedas y frías ventosas se aferró al tobillo de India.
-¡Aaaaay! ¡Aaaaay! ¡Susi, algo se me ha pegado a la pierna! ¡Ayúdame a quitármelo! -gritaba la mujer desesperada mientras se sacudía intentando soltarse sin conseguirlo.
El enorme bicho atacó con el resto de sus extremidades y sujetó las piernas y los brazos de Susi, quien comenzó a luchar para zafarse.
Ambas mujeres quedaron inmovilizadas por la fuerza del animal aunque se retorcían inútilmente.
Una de las ventosas succionaba con fuerza un pezón de India, mientras otro tentáculo estaba pegado a su clítoris. Cuanto más oposición ofrecía, más fuerte la apretaba el pegajoso animal.
-¡Susi, ayúdame, este bicho me quiere violar! -gritaba India.
-¡No puedo moverme, me tiene atrapada! -le contestó Susi.
Por la mañana, al levantarse las dos mujeres, India le contó a Susi el sueño tan fuerte que había tenido, y Susi le contestó que ella también lo había pasado fatal al ver cosas tan horribles. 
Ya en el comedor, mientras desayunaban leche de ballena e insectos fritos, Susi le hizo una pregunta a India.
-¿Aceptas un reto?
-A ver, ¿de qué se trata?
-Busca una imagen o una metáfora muy fuerte del presente. ¿Difícil?
-Sí -contestó India.
-A ver, piensa -insistió Susi.
-Es que el presente casi no existe. Es efímero. Se te escapa.
-Sí, pero siempre es presente.
-Podría ser el instante cuando te bañas en un río.
-¿Por qué?
-Porque nunca te bañas en el mismo. El agua es otra siempre.
-¿Alguna imagen más? -preguntó Susi.
-No -contestó India.
-Te regalaré cuatro: la primera gota del deshielo, un cumpleaños, la noche de fin de año y un despertar.
-¡Qué bien! -exclamó India.
-Y ahora una del futuro -solicitó de nuevo Susi.
-Ya voy... Déjame pensar... Una gallina empollando sus huevos.
-¡Bien! También podría ser una niña o un niño naciendo.
Ahora, una imagen del presente sin futuro -pidió Susi.
-Un niño muriéndose, o muerto -añadió India.
-Muerto no. Tiene que tener presente, pero no futuro. Me refiero a la vida que le queda antes de morir -dijo Susi.
-¡Ah! -exclamó India.
-Ahora una imagen sin futuro, ni pasado, ni presente, que sea muy fuerte -solicitó Susi.
-Una persona con Alzheimer.
-¡Bien! Un niño que viene muerto al mundo. A ver, otra...
-No se me ocurre nada...
-Un amor no correspondido. No hubo, no hay, y no habrá caricias ni besos. 
Dime una del presente, pasado y futuro, todo junto.
-Una persona joven caminando por un sendero.
-Mejor la juventud.
-Sí, queda mejor.
-¿Quieres que te cuente un cuento?
-Sí -dijo India.
-Es muy parecido a la imagen de tu río.
-Cuenta.
-Siempre quise mucho a mi padre porque me enseñó de niña cómo vivir el presente, el pasado y el futuro al mismo tiempo. Me llevaba en el manillar de su bici a una huerta que teníamos cerca de casa. Para llegar a la finca alquilada, había que pasar por un puente que estaba sobre la vía.
Mis padres era felices porque nos veían crecer, igual que dos plantas cuando las riegas.
Sobre el puente descubrí que se podía experimentar al mismo tiempo el presente, el pasado y el futuro. ¿Sabes por qué, India?
-No.
-Piensa...
-No sé.
-Pasaban muchos trenes cargados de carbón. Yo les tenía miedo, pero me gustaba esperarlos escondida y protegida arriba, sobre el puente, detrás de sus muros. Era muy pequeña. Cuando el convoy estaba debajo de mi tembloroso cuerpo, cuando ya había pasado la cabeza echando la humareda blanca, yo tenía bajo mis pies el presente, mirando a un lado el pasado, y al otro lado el futuro. Tres en uno, igual que el agua de tu río, un tren mucho más largo, por cierto, que el mío.
Susi se puso a llorar, y dijo:
-De los tres, solo debe quedar el puente. Mi padre y el tren ya se han ido.

lunes, 13 de marzo de 2017

52. El Tarántula ataca a los clientes de nuevo


Una vez que se abrió del todo la puerta del armario empotrado, Susi se quedó inmóvil y sin respiración.
Temblando de miedo y sin control,  calculó mentalmente, debajo de la sábana, los pasos que la separaban de aquel fantasma, bicho o lo que pudiera ser.
-No más de cuatro metros -pronunció la asustada mujer en voz tan baja que ni siquiera podía oírsele.
India tampoco las tenía todas consigo. Aunque aquello fuera como una atracción de feria, los horribles actores podían propasarse, tomarse demasiado en serio el asunto o, simplemente, no cumplir el contrato y hacer un daño irreparable.
El monstruo alto y corpulento que se encajó y bajó por la estrecha escalera del desván, solo necesitaría dar menos de cuatro pasos para llegar a la cama de las indefensas mujeres.
La oscuridad seguía siendo absoluta, ya que continuaba cerrada la única ventana que tenía la habitación.
Susi tuvo que subir a la superficie para tomar aire de nuevo. Era un sinsentido aguantar el aliento para no hacer ruido cuando su agresor conocía de sobras su ubicación. Tenía la cara pegada a las tetas de India y no se quería separar.
-Pero chica, no ves que te vas a asfixiar -le dijo.
-Ha... Ha... Ha... Ha... ¡Ha abierto la puerta!
-Sabes Susi que tengo muy poca audición, aunque sí me funciona el sentido del olfato. Con el miedo te has tirado otro pedo.
-No lo he podido evitar. Se me ha escapado, y punto.
-Nos tenemos que destapar.
-No por Dios, no. Te lo pido por favor.
-¡Este olor no hay quien la aguante!
-Pues destápate tú. Yo prefiero respirar mi propio pedo antes que notar en mi cara el aliento de ese lo que sea.
India descubrió la cabeza y vió que el gigantón tenía aura alrededor de todo su cuerpo.
Calculó que habría unos dos metros entre sus ojos reflectantes y el suelo. Aunque todo aquello era un aparente juego, India se quedó helada y paralizada al ver aquella mirada sedienta de sangre fresca y caliente al mismo tiempo.
Eran los ojos del demonio, o mucho peor todavía, los globos oculares de un terrorista ciego de ira y fanatismo religioso.
-Se acerca, ¿verdad?
India temblaba ahora tanto o más que Susi y se tapó la cabeza de nuevo.
-No te vuelvas a tirar un pedo -suplicó India.
-Perdona, pero
se me ha escapado otro.
Ahora eran ya tres las que temblaban al unísono: las dos mujeres y la cama. Y hasta las tablas del suelo tiritaban bajo sus cuatro patas.
El grandullón tenía visión termográfica y era capaz de localizar un ratón por muy quieto o escondido que estuviera.
Les veía a las dos cómo bombeaban sus corazones, y babeaba pensando en chuparles la sangre hasta dejarlas sumidas en la más profunda de las anemias, sin llegar a matarlas, con ojeras y demacradas, entregadas al disfrute del placentero narcótico que les inyectaría antes de chuparles su rico y valioso jugo.
Era el Tarántula, un ser capaz de desprenderse de sus manos peludas armadas con seis dedos y de recuperarlas cuando les ordenara unirse de nuevo a su cuerpo. De sus horribles manos y también  de su penescorpión, otro dron vivo sin patas que se arrastra como las culebras y es capaz de trabajar con la cola, la cabeza, o ambas a la vez.
El Tarántula no se movió del lugar donde estaba, pero sí les envió a las mujeres un par de emisarias, sus horribles y peludas manoarañas.
Tenían ganas de actuar y se lanzaron al suelo de madera saltando como dos pulgas hambrientas.
Desde las tablas pegaron otro brinco hasta los pies de la cama, y después se tiraron a la sábana, las dos sobre el cuerpo de Susi.
-¿Qué ha sido eso? -preguntó la mujer.
-No lo sé -respondió India.
-Pero... ¿qué estás haciendo?
-Nada, temblar como tú.
-¡Me estás apalpando el culo!
-Debes estar soñando. Si algún día decido hacerlo, ya te dije que te consultaría previamente... o no, ¡jajaja!
-Te repito, India, que te estás propasando.

jueves, 2 de marzo de 2017

51. Una noche horrible de verdad


Faltaban pocos minutos para que se apagara la vela y las dos mujeres se acostaron juntas porque Susi ya estaba temblando de miedo.
Susi no le quiso contar a India que en el gran armario empotrado de la estancia había unas escaleras estrechas que subían al desván. Las vió antes de acostarse, mientras fisgoneaba, porque, la verdad, no necesitaban el ropero para nada desde que tuvieron que abandonar todo su equipaje en el vehículo alquilado.
El descubrimiento de Susi significaba que estarían toda la noche a merced de cualquier horrible ser que viviera en los bajos y sobre ellas.
Susi pensaba que los fantasmas o los animales del sótano podían tener un origen marino, debido a que el edificio estaba asentado sobre terreno calizo, y en ese tipo de suelo puede haber también cuevas o simas conectadas con el mar. Además, la habitación tenía un pulpo labrado en los cuarterones de la puerta, cosa que le hizo desconfiar mucho más.
La llama de la vela, por fin, se estaba ahogando en su propio vómito mientras se desintegraba el último milímetro de la mecha.
-¿Sabías, India, que hay personas que interpretan la forma en que arde una vela?
-Sí. Extraño sería que no hubiera algún nicho de negocio sin explotar en este mundo -respondió India de forma irónica.
Una vez que la mortecina luz desapareció, ya nada podían hacer las dos mujeres para ver.
Las pilas de la linterna se habían agotado la noche que durmieron en la selva, y las normas del hotel eran muy estrictas: no habría energía eléctrica hasta el amanecer.
La oscuridad era total porque Susi quiso cerrar la única y pequeña ventana de la amplia habitación para no escuchar el rumor de las olas. Exceptuando la música de una fiesta lejana, el murmullo de los pasillos de un hospital, y alguna situación más; a Susi la ponían de los nervios los ronquidos, los tic tac de los relojes, el goteo de los grifos, el romper de las olas y el ruido de las aguas cercanas de un río cuando intentaba dormir.
Al poco de apagarse la vela, Susi buscó una mano de India con la suya, y se arrimó un poquito más. Las dos estaban cara arriba y los primeros segundos se hicieron eternos. El humo desprendido por la vela, fruto de su agonía final, impregnó el ambiente de un olor característico que pronto desapareció diluido en la atmósfera de la habitación.
-¿Quieres vivir el doble, el triple o mucho más aun? -le preguntó Susi a India.
-No entiendo por qué me preguntas eso ahora. -le increpó India.
-Si cuentas segundos vivirás miles de años, pero hay un pequeño problema.
-¿Cuál? -quiso saber India.
-Solo podrás dedicarte a eso; únicamente a contar segundos. En lo que dejes de hacerlo, volverá a volar el tiempo.
-¡Ah! Ya veo.
-No puedes ver. Estamos a oscuras, ¡jajaja!
-Quiero decir que "ya entiendo" -aclaró India dándole un golpecito con un codo a su amiga en el muslo.
-¿El tiempo existe? -preguntó Susi.
-Sí, pero es relativo -contestó India.
-¿Y qué pruebas tienes de ello? Nadie envejece porque pasa el tiempo, sino porque pasan cosas.
-Claro que envejecemos con el paso del tiempo.
-No. Envejecemos porque se gastan las piezas de nuestros cuerpos. De ahí el futuro de los trasplantes y la robótica. Cuando la mente y la consciencia de una persona puedan vivir dentro de una máquina, seremos eternos. No pasará el tiempo. 
¿Tú puedes tocar el tiempo?
-No -contestó India.
-¿Lo puedes meter en una jaula o una botella?
-No -repitió de nuevo.
-¿Entonces? Las manillas de un reloj se mueven, pero no porque exista el tiempo... 
¿Has escuchado? -preguntó Susi.
-¿Qué cosa?
-Alguien está pisando en las tablas del techo. Me ha caído polvo en la cara que se ha colado por las juntas. Ello significa que el ruído no es fruto de mi imaginación.
-No escucho nada. Recuerda que estoy medio sorda y que no existe diferencia alguna entre un sonido o una sensación irreal sobre la piel de tu cara.
-¿Lo escuchas ahora? -insistió Susi.
-No -repitió India de nuevo.
-¿Sabías que hay unas escaleras en la habitación que suben al piso de arriba?
-No sabía. ¿Dónde están? -preguntó India.
-No te lo dije para no asustarte. Arrancan en el interior del armario empotrado. Son muy estrechas pero por ellas pasa bien un bicho grande o una persona muy corpulenta.
India... alguien está caminando encima de nosotras. Me ha caído polvo otra vez en los ojos.  ¿De verdad que tú no escuchas nada?
-Nada de nada -dijo India.
-¡Estás más sorda que una tapia! Alguien camina en el desván, y ahora lo hace sin ningún sigilo.
-No te preocupes, es para asustarnos -le dijo India a Susi.
- Claro que es para intimidarnos. 
¿Nos podemos tapar con la sábana?
-Hace mucho calor, Susi. Contrólate un poco que me pones nerviosa.
-Tengo que taparme para protegerme. ¿Tú no tienes miedo? -preguntó Susi muy asustada.
-No. La sábana no nos protegerá de nada.
-La avestruz se protege escondiendo su cabeza. ¿No es cierto?
-Eso no la protege -argumentó India.
-Sí que la protege del miedo, como a mí la sábana.
-Te irá mejor si te tranquilizas.
-La sábana por lo menos me protegerá la nuca o la espalda de su aliento. Puede ser un violador, un asesino, un vampiro, un okupacerebros...
India aceptó al final taparse con la sábana, pero le advirtió a Susi que no se fuera a tirar un pedo.
-Con el miedo que tengo puedo hacer cualquier cosa sin querer, así que no me lo tomes a mal, eh. Me puedo hacer caca, pis o escapárseme una chufa.
-¡Ay, Susi! Por favor, contrólate. ¿No dices que eres una gran aventurera?
-Recuerda que este hotel es único en el mundo. Por algo tiene fama. Alguien baja por las escaleras. Estoy contando los escalones, uno a uno...
-¿Pero has leído que algún huésped haya muerto? -le preguntó Susi.
-Ya te conté lo que pasó con sus antiguos propietarios.
-Sí, pero esa es otra historia.
-Alguno se ha muerto del susto
. Pero no se responsabilizan de ello, porque todo el mundo sabe que viene a pasar horror y pánico.
-Yo no he venido a pasar miedo.
-¿No tienes miedo? 
Nueve escalones, India, nueve.
-No tengo miedo. No pasa nada, Susi, cálmate de una vez y no te comportes como una niña.
-Lo que haya bajado por las escaleras está dentro del armario empotrado. ¡Me muero, India!
-No tengas miedo, Susi. No va a pasarte nada. Estoy aquí contigo.
-¡Abrázame, por Dios! ¡Ahhhhh! ¡Está abriendo la puerta y saldrá del armario! 

viernes, 17 de febrero de 2017

50. Casa Satanás


India y Susi estaban cansadas de caminar por la empinada cuesta. Al llegar a la fachada del hotel se encontraron tres puertas. Todas iguales y del mismo tamaño con sencillos arcos de piedra.
Solo las diferenciaba que la del medio tenía tallado un pulpo, la de la izquierda una rana y la de la derecha una serpiente. Los tres animales labrados en la madera de cada uno de sus picaportes.
India golpeó en la del medio. Tres toques temerosos que sonaron a hueco grande y profundo, como si nada ni nadie hubiera en el interior de la construcción colonial.
Esperaron un momento. India volvió a golpear. Esta vez un toque más. De pronto, la puerta comenzó a abrirse muy despacio y chirriaron las bisagras. Tanto que parecía que no había girado en mucho tiempo, quizás debido a que la gente prefería la rana o la serpiente antes que al pulpo. 
Estaba anocheciendo. India sintió mucho miedo, aunque disimuló para que Susi no se riera de ella.
Una mujer de aspecto tétrico apareció tras la puerta.
-Buenas noches, pasen adelante. Las estábamos esperando.
India miró a Susi asombrada.
-Perdone, pero no habíamos reservado -le dijo Susi a la mujer.
-Las vimos subir por la cuesta -respondió la mujer. 
Era extremadamente delgada y una sotana roja le marcaba los huesos de las caderas, iguales que los de una vaca lechera mal alimentada. De tez pálida. Más pálida que la cera, y con cierto grado de estrabismo, el suficiente para no saber a qué ojo mirarle. Sin ningún tipo de expresión en la cara. De voz grave, desganada y sin ritmo, igual que la de un cadáver viviente que añora volver a descansar eternamente.
El pelo lo llevaba recogido en un moño, y desprendía un olor extraño, como a humo de leña, seguramente la empleada en el asador o en las calderas del mismísimo infierno.
India y Susi estaban ya sentadas en el comedor dispuestas a pedir la cena.
-Hace años, Casa Satanás era regentada por un matrimonio y la madre del varón, pero de la noche a la mañana, la mujer más joven apareció ahorcada en una viga, la señora con un tiro en la cabeza y su hijo con otro en el pecho y la pistola a su lado -India puso cara de horror.
Nunca se solucionó el caso y nada se supo de las autopsias que se hicieron previamente a la incineración de los cadáveres. Yo creo que pudo intervenir una cuarta persona, o varias -concluyó Susi.
-¿En el lugar de los hechos? -añadió India.
-"In situ" o pagándole a alguien; por envidia, para robar, simplemente por hacer daño, o incluso con la intención de  cobrar un seguro o una herencia. A ella la pudieron "colgar" después de matar a la cocinera y su hijo, y dejarle a este la pistola tirada en el suelo a su lado.
-¿El matrimonio tenía hijos? -preguntó India.
-Cuatro. Dos mujeres y dos varones.
Los tres muertos tenían mucho dinero. Es posible que estuviera implicado alguno de los vástagos, unos ladrones o simplemente el diablo.
Los supuestos suicidios, o suicidio, pudieron ser un montaje criminal.
-¿Y quién te ha contado todo eso? -preguntó India.
-Nadie. Figura en cualquier enciclopedia venezolana. Buscas "Casa Satanás", y punto.
Una vez que ocurrió la fatal desgracia, el hotel quedó sin actividad durante muchos años, y quienes lo visitaban y curioseaban desde el exterior, escuchaban llantos y gritos de terror en su interior.
Después llegaron los actuales propietarios, que han sabido aprovechar bien su mala fama para vender a gente medio averiada miedo y terror a raudales -le explicó Susi.
A India no le daba buena espina el ambiente del hotel ni la mujer que las recibió en la puerta, por más que Susi le dijera que aquello funcionaba como una atracción de feria.
El comedor era lúgubre, sin puntos de iluminación en el techo. Solo la luz de una gruesa vela de iglesia en cada mesa se reflejaba en la cara de los comensales. 
Hablaban todos muy bajito, pero India supo que había entre ellos franceses, alemanes, norteamericanos y japoneses. Susi, en cambio, no entendía ni jota de inglés y, por tanto, era incapaz de diferenciar a un británico de un norteamericano. Todos estaban dispuestos a experimentar emociones fuertes en los platos y en las habitaciones.
Susi pidió criadillas de vampiro y un sorbete de leche de bruja recién parida, es decir, hecho con los calostros.
India se atrevió con un par de globos oculares de macho cabrío y unas rodajas de víbora en escabeche.
Susi miraba de reojo los platos que traía la escuálida camarera en las bandejas. Abundaban las larvas, los insectos, los pequeños reptiles y las culebras, las arañas y las tarántulas, los escorpiones y las salamandras despellejadas.
Susi pidió de postre crepés preparados con sangre de Diablo de Tasmania, e India helado de semen de tiburón, algo que también quiso probar Susi con su cucharilla.
-Está buenísimo -dijo Susi. ¿Quieres probar las tortitas? Saben bien, muy parecido a las filloas gallegas hechas con sangre de cerdo.
India contestó que no.
Después de cenar, las acompañó a la habitación la mujer que las había recibido en la entrada del hotel.
Uno de los paños de la puerta tenía tallado un pulpo, la misma imagen del picaporte que decidió golpear India para acceder al aislado establecimiento.
La habitación tenía dos camas y una ventana pequeña con los barrotes corroídos por el salitre. Estaba abierta y por ella entraba el olor a mar y el rumor de las olas al romper contra el acantilado.
Dentro del cuarto una mezcla de sal, humedad añeja y cera quemada de los candelabros impregnaba el ambiente.
India sintió en su cuerpo un escalofrío al cerrarse la puerta y oír el crujido de las tablas cuando se puso a caminar por la habitación.
En el suelo había una trampilla, sin duda la conexión con lo más profundo de los infiernos o los pasadizos secretos que llevan al interior de los recintos de los cementerios.
-Susi...
-Dime, India.
-Casi mejor que nos acostamos ya juntas, esto tiene muy mala pinta. No sé si has visto que la trampilla está sin cerrojo.
-¡Jajaja! ¿No decías que no tendrías miedo y que no creías en estas tonterías?
-No tengo miedo, es solo desconfianza -dijo India.
-¿Desconfianza? 
-Sí, no sabemos quienes son estas personas. Me refiero a los empleados y huéspedes del hotel -respondió India. 
Las dos amigas se desvistieron, se pusieron sus pijamas nuevos y se acostaron en silencio, a la expectativa. Dejaron encendida la única vela que había en el dormiorio, habida cuenta de que en el hotel desconectaban la luz por la noche para que pudieran trabajar los fantasmas mejor y con mayor libertad.
India se levantó, arrastró un gabinete y lo colocó sobre la trampilla creyendo que así no entraría nadie en la habitación.
Era ingenua. No sabía que para los espíritus no existen barreras, ni gruesos muros. India no creía que el demonio pudiera abrir las puertas con un soplido o colarse por una pequeña rendija de las tablas del techo o del suelo. Tampoco recordaba ya que había elegido la puerta del pulpo, el cefalópodo gigante que empezaría a actuar con sus enormes y potentes tentáculos una vez que se apagara la vela.
De poco serviría el ligero gabinete que había arrastrado India para colocarlo sobre la trampilla que llevaba al sótano.
Además, el gran ropero empotrado en el muro de carga llevaba por una escalera estrecha al enorme desván de la casa.

martes, 7 de febrero de 2017

49. India y Susi conversan sobre la sicología pop


Tras pagar Susi la ropa, ambas mujeres salieron de la tienda.
Estaba comenzando a llover, pero habían tenido mucha suerte porque las jornadas anteriores no cayó ni una sola gota, y gracias a ello pudieron dormir y desplazarse cómodamente las dos noches pasadas.
Mientras caminaban por el pueblo conversaron.
India, la más bajita y rellenita, sacó el tema de su enfermedad.
-Estoy cansada de la psicología pop.
-¿Por eso no debo aplicarla contigo?
-Sí. Es importante que no lo hagas -le recomendó India.
-Hace días que vengo pensando en ello -contestó Susi.
-No volveré a los sicólogos. Son más de lo mismo.
-A mi tampoco me gustan. Me da la sensación de que son comerciantes como cualquier otro.

La ayuda debe ser incondicional. Yo no te puedo exigir ni pedir que dejes de fumar o que no te mates para conseguir mi recompensa emocional.
-Exacto.
-Así dejé yo el tabaco. Sin libros de autoayuda ni otros programas o consultas.
-Ni sicólogos. Yo mejoraré cuando vuelva a tener la esperanza de que mi vida será mejor, incluyendo este país -añadió India.
-En fin, no hay mejor sicólogo que alguien con quien compartir un abrazo, un polvo o una conversación.
-Por eso me gusta tanto conversar contigo -le dijo India a Susi cogiéndola de la mano.
-Relaciones sinceras entre las personas, y que no haya dinero de por medio. Recuerda que yo también estoy enferma y loca. Por eso lloro cada poco de dolor o felicidad.

Susi evitó mirar a India al pronunciar esas palabras, porque sabía que podrían asomar las lágrimas.
-Tú no estás enferma ni loca. Eres una persona sensible -contestó India apretándole la mano a Susi.
-Solo los locos pueden entender a los locos.
-Tú me entiendes porque te pareces a mí -contestó India.

Ahora sí se miraron las dos mujeres, aunque se rieron en vez de llorar como Magdalenas.
-¡Eh! ¡Nos parecemos, pero soy bastante más alta que tú!
-¡Jajá! Lo importante ahora es que seamos conscientes de que la psicología pop es una mierda. Que me sirve más esta conversación que otra en la que me digas que ponga de mi parte o que sonría o que sea feliz.

India hacía tiempo que deseaba decirle eso.
-Cualquier día te enviaré a la mierda. ¡Jajá! -contestó Susi.
-La psicología pop no funciona para mí porque tengo una enfermedad real y a la vez un entorno desfavorable.
-No funciona para ti ni para nadie cuando llega la hora de la verdad.
-Estoy en una situación muy desfavorable. Bueno, no tanto, porque no vivo debajo de un puente -reconoció India.
-Y, además, estás ahora conmigo y pasaremos juntas la noche. Pero, ojo, yo te haré pasar alguna debajo de un puente, aunque solo sea para que sepas qué se experimenta con eso.
-No me hagas eso. Con tu compañía sin juzgarme ni presionarme es suficiente ayuda. No necesito dormir en esas condiciones para nada.
-Te gustará. Dormiremos solo con un saco, una esterilla, nuestra conversación y las estrellas. Quiero que duermas conmigo debajo de un puente para que aprecies lo que tenemos.
-¿Qué tendrémos esa noche?
-El puente, el saco, la esterilla y la palabra. ¿Necesitamos algo más? El puente será una casa sencilla. Si no llueve podremos ver las estrellas. Y si lo hace será mucho mejor porque no nos mojaremos. Ya verás cómo no te deprimirás teniendo tan poco.

-¿Y dónde dormiremos esta noche? -preguntó India. 
-Vamos a ir a un hotel muy especial donde no te venden sueños dulces, sino miedo. Aunque no lo quieras, nos tendremos que abrazar en la cama, ¡Jajá!
-Háblame más de tu filosofía de vida -dijo India.
-No te va a interesar. Ya te he dicho que soy como todas las demás personas. Vulgar, compulsiva, primitiva... A veces cometo alguna locura, y poco más tengo que añadir. Mi filosofía consiste en intentar aprender, porque a mi edad aún me siento inmadura. Aprender a pedir perdón. A escuchar más. Y entender de una vez que las apariencias casi siempre engañan. Te pueden estar fastidiand
o o quererte sinceramente. Deseo buscar gente que me ayude a aprender. Y tú lo has hecho. Por eso mi filosofía está más en ti que en mí... Los libros de autoayuda no pretenden ayudarte, igual que la prensa no tiene como objetivo final informar. Son un negocio. Y nuestra relación también. Pero un negocio bueno. No un buen negocio.
-¿Por qué es un negocio bueno? -preguntó India.
-Porque nos damos cosas y no ganamos con ello ningún dinero. Los buenos negocios aportan mucha plata contante y sonante. Los negocios buenos son ruinosos. Quizás lo apropiado sería no usar esa palabra.
-¿El término "negocio"? -preguntó India.
-Si. Aunque, pensándolo bien, ahora mismo estamos negociando. Estamos juntas porque negociamos sin querer y nos gusta el negocio bueno que estamos haciendo,
-Yo soy fatal con los negocios. Siempre me timan.
-¡Jajá! ¡Pues espabila! Estate tranquila que no te cobraré por dormir debajo del puente -dijo Susi.
-No me cobrarás por enseñarme a apreciar las cosas sencillas de la vida que tengo y eso me parece muy bien. 

No creo en eso de la autoestima porque es más de lo mismo: autoayuda. Tengo que aceptar que la vida es como es y que hay que vivirla lo mejor posible. Lo mejor es un polvo, un abrazo, una palabra o una caricia sinceras, como ya has dicho antes.
-Claro. Y tú no tienes todo eso.
-No. Pero al menos te tengo a ti ahora.
-Yo te puedo dar abrazos, caricias y palabras sinceras, pero nada más -dijo Susi.
-No te pido nada más.
-Así que no intentes tocarme las tetas aunque esté dormida, porque no va a gustarme -dijo Susi.
-No te preocupes que no te haré nada sin tu consentimiento. Además, tú no eres Isabel.
-Eso me parece mucho mejor.Ves cómo sí negociamos. Y sabemos negociar lo que nos traemos entre manos.
-Yo siempre cedo.
-Mal negocio, ¡jajá!
-Por eso soy mala negociando.
-¿Aceptas dormir en Casa Satanás?
-Sí. No hay otro sitio.
-Te advierto que pasarás mucho miedo. Y que tendremos que acostarnos juntas.
-No importa. No creo en los fantasmas.
-Ya veremos -añadió Susi.
-Y acepto que dormiremos juntas, ya es casi una costumbre.
-Pero si tenemos mucho miedo nos tendremos que abrazar muy fuerte. Y notaré demasiado tus tetas... o tu culo. ¿Qué prefieres? Recuerda que este asunto es muy importante negociarlo antes. Contesta: ¿las tetas o el culo?
-Ninguno de los dos.
-¡Pero mujer! ¡Nos abrazaremos fijo! Habrá horribles fantasmas  por todas partes y extraños seres debajo de la cama.
-No creo en esas cosas -advirtió India.
-Bueno, aún no me has respondido a la pregunta: ¿abrazadas de cara o de espalda?
-De espalda -contestó India.
-¡Jajajá! Recuerda que con el miedo se puede una tirar pedos. Seguimos negociando. ¿Quién pone la espalda y quién la naríz?
-Yo pongo la espalda.
-Y los pedos, claro.
-Sí. ¡Jajajá!
-¡Y después dices que siempre cedes y que no sabes negociar!
-¡Primera vez que gano una!
-Yo no acepto. Abrazadas de cara -afirmó Susi.
-Está bien. Como quieras.
-Damos coces y tiramos pedos, y así nos defenderemos del demonio y los fantasmas. La noche en Casa Satanás va a ser muy larga y divertida.
-¡Jajajá! ¡Sí! Yo no tendré miedo.
-Lo tendrás. Tendrás mucho miedo. Y te reirás. Habrá momentos en que no sabrás si reir o llorar. Una vez que nos visiten seres del otro mundo, y no puedan con nosotras, aparecerá el demonio.
-¡Ay, no! -exclamó India.
-Por eso se llama Casa Satanás. ¿Lo habías olvidado? El demonio es malo y sabe cómo hacernos daño.
-¡Ay, no! ¡Cállate!
-¿Sigues aceptando dormir ahí?
-Mejor que dormir debajo de un puente es.
-¡Jajajá! ¡Contesta, India!
-Claro que acepto.
-Me alegro. Sabremos defendernos. En la cena comeremos tú castañas y yo caraotas para aprovisionarmos de munición suficiente.
-¡Lucharemos a pedo limpio! ¡Jajajá!
-Los pedos no son muy limpios que digamos -respondió India al tiempo que las dos mujeres se encaminaban hacia allí.